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Calx de Matamangos 2016

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Calx del latín es caliza; y desde el inglés es ceniza. Este vino de Matamangos no es un vino cenizo. Cenizo es que no se dé el placer de comprarlo y beberlo para que le sorprenda profundamente.

Este vino es pedruscos en estado puro. ¿Recuerda el comepiedras de la película “la historia interminable”? Es lo más cercano que se puede acercar a lo que sentía aquel gigante. Mineralidad a cascoporro que dicen los que saben de vino.

Huele a piedras, a caliza, a esos paisajes secos y polvorientos. A yeso, escayola. A calcio. Pelotazo mineral en toda la pituitaria.

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Si se pone a pensar en cosas oscuras, alimentos oscuros quiero decir (que no somos de fomentar conductas raruras), viene a la mente una gran tableta de chocolate negro. Chocolate de cacao al 80%, amargo a tope. Y ese cacao, ese chocolate es el que aparece en nariz después de que se haya recuperado del golpe de mineralidad.

Como era de esperar es un vino oscuro, negro. El coupage de garnacha tintorera y syrah no es como para dar vinos ligeritos en color. Negro, negro.

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Las levaduras se le colarán por la nariz antes del primer trago y se quedará mirando la copa con cara de lelo. Porque esperaba como nosotros la misma dureza, los pedruscos y la caliza pero no es así.

El “momento pedrusco” da paso a los terciopelos, a la elegancia. Lácteos, mantequillas y untuosidad. Puro terciopelo. Fruta.

Y la madera no la vamos a mentar porque no hace falta. ¿Para qué? Nosotros bebemos vino, nos gusta o no nos gusta (esto más veces de lo que debería) y ya. La madera es una pieza más en el complejo puzzle de la elaboración de un vino, nada más.

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Se quedara fuera de combate, arrepintiéndose de no haber pedido más botellas, ya que suele venderse todo el vino que se elabora. Un vino ejemplo “de mano de hierro en guante de seda”.

Mineralidad aterciopelada si nos ponemos romanticones.

Un vino tan sorprendente como el maridaje que canta a gritos. Unos chipirones en su tinta, en abundante tinta.

 

Sorprendente Calx, muy sorprendente.